Odio a la gente que, cada vez que abre la boca, juzga. Y odio cuando lo hacen conmigo.
Odio cuando no me entienden. No entienden lo que digo o solo no les gusta y se ríen.
Odio cuando, en algún momento, se creen más y mejores.
Odio cuando me miran por encima del hombro, tal vez sin darse cuenta, pero lo hacen.
Odio las caras de desprecio. Desprecio hacia mí, mis decisiones, mis acciones, mis intereses, mis amigos o mi familia.
A los que se burlan, a esos no lo soporto…
No soy un ejemplo a seguir, eso es lo que creo. Pero quiero que me quieran como yo quiero a los que quiero. Y no lo digo por decir. Lo digo y lo siento.
Tengo a gente lejos de mí, con las que ni siquiera hablo nunca o casi nunca. Pero no saben cuanto las necesito, de verdad. Amigos de los de siempre, de los que no se interesan por ti cuando piden, sino de los que viven su vida pero te abren sus puertas siempre que lo necesitas.
Tengo a gente cerca de mí, o eso creo, a los que quiero y aprecio aunque no lo sepan.
A mi familia. A mis cuatro grandes pilares soldados en uno. Mis cuatro ángeles. ¿Qué seria yo sin vosotras?
Tengo a mi chico. Y creedme cuando os digo que todavía me sorprendo cuando me doy cuenta que él me quiere o yo le quiero. ¡Es algo tan extraño!
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